He desarrollado una dulce pasión por los cuentos de niños. En especial por todos aquellos que anidan en las tradiciones de los pueblos y por los que han llenado mentes infantiles de fantasías durante generaciones.
Hoy fui a dar mi primer paseo de placer por la bellisima Florencia y me he dejado llevar por las calles. La magia que tiene hacer eso es que tus ojos están más abiertos y, como no llevas un rumbo fijo, eres libre de pasar allá donde desees sin perturbar ningún plan. Gracias a eso, he visto la tienda de Geppetto, o al menos eso parecía. Tenía infinidad de Pinocchios y de relojes de madera colgados en las paredes con unos colores vivos y unas caras sonrientes.
Todo el mundo ha crecido con Pinocchio y temido que su nariz crezca por mentir. Pinocchio nació en las manos de un escritor florentino llamado Carlo Collodi que murió sin conocer la fama que su querida marioneta tendría y del que pocos se acuerdan cuando piensan en Pinocchio. Por eso le dedico esta entrada a Carlo Collodi y a todos los niños a los que les gustan las marionetas.
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