El tiempo, ese eterno traidor, no siempre me permite ser libre y escribir pero trataré de ahora en adelante de luchar contra él y robarle unos minutos diarios para que mi experiencia en Florencia no se apolille en el silencio.
La imagen de Florencia en el imaginario popular está coloreada de renacimiento, arte e historia. Cuando hablamos de Florencia, hablamos de Miguen Ángel y su David desafiante, de Brunelleschi y la cúpula de Santa María de las Flores y, quizá, de Galileo y su telescopio. Y ahora es cuando me sale la vena feminista y debo decir que todos son nombres masculinos, ¿qué hacían las mujeres en este tiempo de esplendor? ¿Dónde se metieron? ¿Por qué nadie habla de ellas? ¿La mujer no tiene el talento suficiente como para brillar a través de los siglos y ser recordada? El hombre ha dominado el mundo y, cuando hablamos de hombre, no nos referimos a la humanidad en su conjunto. Pero esa, es otra historia.
Esta historia habla de una mujer que allá por el siglo XVII decidió ser pintora y luchó contra todos los que dijeron que los pinceles no estaban hechos para ella demostrando un talento exquisito que a muchos cosió los labios. Artemisia Gentileschi aprendió en el taller de su padre el arte del dibujo, la mezcla de los colores y el claroscuro. La violación por parte de su maestro le enseñó que no se puede confiar en los hombres; la tortura por parte de la Inquisición cuando quiso denunciar su injuria,le enseñó que la justicia no siempre es justa y el tiempo le enseñó que cuando se lucha por un sueño, a veces, se puede alcanzar.
Desconozco si ella algún día soñó en ser admirada por miles de personas siglos después de su muerte. Pero ahí está. Sus cuadros se exhiben en la Galería Uffizi en esta ciudad de Florencia a la que un día llegó solicitando un puesto en la Academia para codearse con los mejores y en la que, a pesar de que hubo muchos intentos, nadie pudo encontrar un argumento lo sufientemente fuerte como para negarle la entrada. Brava!
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